Lección 8 - Liderazgo y Responsabilidad de Recurso Humano


Los últimos años han sido pródigos en la incorporación generalizada de conceptos relacionados con el liderazgo ético en la gestión de organizaciones. En efecto, la demanda social de liderazgo ético parece que no para de crecer, aunque muchos seguimos teniendo la percepción de que la oferta de ética en la gestión no alcanza esos mismos elevados niveles en el mercado.

Por otra parte, también hay que subrayar que el liderazgo ético se configura en nuestros tiempos como un modelo a poner en práctica dentro de un mundo que intenta evolucionar hacia la plena interconexión en lo que concierne a organizaciones, personas y conocimiento. Además, dentro de este panorama, la sostenibilidad se convierte en un fuerte valor que no hace sino incrementar la necesidad de extender en la realidad un conjunto de buenas prácticas que nos permitan hablar, de forma consistente y realista, de liderazgo ético.

Es más, los últimos años han estado dominados en el plano internacional por una crisis financiera global, cuyos dudosos orígenes han acrecentado el deseo generalizado de líderes que fundamenten sus objetivos, sus estrategias y sus acciones cotidianas en valores reconocibles y con cierto grado de universalidad. Incluso, ya en muchos ámbitos comienza a defenderse con vehemencia que la gestión mercantil basada en valores aporta una ventaja competitiva, al menos en los mercados que se localizan en el primer mundo. Todo ello se encuentra íntimamente relacionado con los conceptos de responsabilidad social de la empresa (RSE) y con la perseguida sostenibilidad global de las actividades productivas.

Entendemos que el liderazgo ético se define como un conjunto de buenas prácticas de gestión que, aplicadas a la consecución de objetivos empresariales, posee capacidad para crear valor añadido en procesos, productos, servicios y, sobre todo, en el propio capital humano. Expresado de otra forma, el liderazgo ético es un recurso humano renovable y, por ello, representa uno de los activos más eficientes, prácticos y operativos que una organización puede esgrimir e implementar en su acción cotidiana.

Los valores y las buenas prácticas corporativas, no solo producen efectos deseables en los empleados, en el mercado, en el entorno natural, en los proveedores o en los clientes. Es un hecho que los valores éticos solo aparecen en un contexto cuando van precedidos de una acción fundamentada en los propios valores de conducta. La práctica ética en la gestión posee poder para generar actitudes éticas.

Tal y como hemos mencionado con anterioridad, vivimos en un mundo cada vez más interconectado, en el que la interdependencia y el potencial para influenciar y ser influenciado ha crecido exponencialmente. Cualquier empresa que se consolide y crezca puede obtener una notable repercusión de sus acciones, de su cultura o de su estilo de gestión, ya sea por sus aspectos positivos o negativos. Este potencial para escuchar y ser escuchado antes solo estaba al alcance de organizaciones con elevadas cotas de poder o mercado.

Es una especie de círculo virtuoso del que rara vez llegamos a ser plenamente conscientes o a convertir en estrategia empresarial efectiva. Y conste, que no se trata solo de hermosos postulados, de esos que tanto deseamos leer o escuchar en vísperas navideñas.



RRHH

La relación entre prácticas de gestión humana y los resultados  empresariales se puede sustentar desde la teoría de recursos y capacidades. Allí las empresas son reconocidas como un reservorio de recursos y capacidades que pueden ser explotados estratégicamente para generar ventajas competitivas (Barney,1991; Penrose,1959; Peteraf, 1993; Rumelt, 1984; Wernelfelt, 1984). Desde esta perspectiva los mejores resultados en materia de innovación dependen positivamente de: i)el recurso humano; ii) la capacidad expresada en un sistema laboral de alto rendimiento; y iii) la orientación estratégica hacia la innovación.

En todo modelo de determinantes de la innovación se considera que las personas son en últimas los depositarios del conocimiento aplicado, y en consecuencia, los principales determinantes de la innovación. Más aún, los empleados son los recursos en donde reside la creatividad y ésta debe ser dinamizada a partir del desarrollo de las competencias y de la motivación (Gupta y Singhal, 1993; Jiménez y Sanz (2008); Kanter, 1985; Mumford, 2000). En consecuencia, los empleados son un recurso critico, es decir, son valiosos, escasos, difíciles de imitar y de sustituir (Barney, 1991; Grant, 1991; Peteraf, 1993) es decir, son fuente primaria de ventaja competitiva a través de su involucramiento en los procesos de innovación. Más allá del capital financiero, las maquinas, y los equipos, existe un papel protagónico de las personas en el logro de capacidades y resultados de innovación como fuentes de ventaja competitiva (Barney 1991; Barney y Wright, 1998; Pfeffer, 1998). Por lo tanto, el trabajador como centro de interés de los modelos de calidad total representaría un recurso estratégico para la innovación.

Ahora bien, si las personas son fuente de innovación se deben gestionar estratégicamente y no solo administrar. Se hace necesario trascender las actividades clásicas de administración del personal para responder a problemas críticos como la calidad de productos y servicios, la reducción de ciclos de producción, la retención de clientes, o la innovación (Kaplan y Norton, 2000; Ulrich et al, 1997).

Un efecto de esto es el esfuerzo que las empresas están realizando por desarrollar prácticas innovadoras de alto rendimiento en gestión humana (Brockbank, 1999; Combs et al, 2006). Estas prácticas han demostrado su eficacia dado que: i) aumentan las competencias, habilidades y destrezas de los trabajadores (Becker y Huselid, 1998; Delery y Shaw, 2001); ii) empoderan a los empleados para que usen sus conocimientos, habilidades y destrezas en apoyo a la toma de decisiones descentralizada; y iii) mejoran la motivación del empleado (Becker et al, 1997, Combs et al, 2006).

En suma, se ha encontrado una relación positiva recurrente entre sistemas laborales de alto desempeño o compromiso, entendidos como una capacidad estratégica, y los resultados de las empresas (Combs et al, 2006). Recientemente se han demostrado igualmente efectos positivos sobre los resultados de innovación (Jiménez y Sanz (2008); Lau y Ngo, 2004; Laursen, 2002; Laursen y Foss, 2003; Pini y Santangelo, 2005; Therrien y Leonard, 2003).7

Ahora bien, lo interesante para el argumento es que se han efectuado ejercicios empíricos para  demostrar que las prácticas de GRH enfocadas en la calidad total son equivalentes a las promovidas  por los sistemas de alto rendimiento (Lawler et al, 1995; McElwee, 2000; Osterman, 1994; Simons et al, 1995; Wood, 1999). Se encontró evidencia de que los sistemas de calidad total y los laborales de compromiso coexisten, e incluso, que los principios de la calidad total son coherentes con el desarrollo de sistemas laborales de compromiso (Bayo-Moriones y Merino-Díaz de Cerio, 2001).

Por lo tanto, las prácticas de gestión de recursos humanos que promueven mejores resultados de innovación son equivalentes a las orientadas por la filosofía de calidad total.